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La vida interior de un monje


Velad y orad sin desfallecer…

Estas palabras retumbaban

a diario en su corazón,

sin embargo, no sabía,

cómo llevarlas a la acción.

Un día muy de mañana,

Recién salido el sol,

Estando a la orilla de un lago

Su cuestionamiento persistía,

Cuando de repente recibió una luz

Que lo llenó de alegría.

Fue una voz que casi se podía escuchar físicamente

Y de una ternura celestial,

Este monje se preguntaba

De dónde vendría tanta armonía

Que escuchaba dulcemente.

La voz le dijo con prodigioso encanto:

Hijo es preciso velad y orad sin descanso.

Él se sobresaltó, pues eso ya lo sabía

Y lo que él necesitaba era saber como actuaría.

La voz insistió en su corazón,

Irrumpiendo con generosa enseñanza,

Accediendo a lo que el monje pedía con insistencia.

Debes saber hijo querido

Que si quieres contemplar a Dios

En silencio y recogimiento

Debes mantener abiertos el corazón y oído.

Es primer y principal deber de todos los religiosos,

Llevar una vida escondida con Cristo en Dios y de anonadamiento

Que esto es lo que lleva a experimentar grandes gozos.

Es preciso que te entregues de continuo a la oración y al examen de conciencia.

Viviendo por amor a Dios y haciendo todo en su Presencia.

También debes saber que si tienes algún disgusto

Debes primero pedir perdón,

Reparando generosamente

Para poder encontrarte con Dios en la oración.

La dulce voz continuó instruyendo:

Hazlo todo por motivos de fe

Y que esta virtud sea el alimento de tu oración,

Verás la fortaleza que alcanzas,

Para buscar la santidad con determinación.

Medita en la Palabra de Dios

Y tenla siempre presente,

Céntrate en Él con un contacto amoroso

Y consciente a cada instante.

Ora pues hijo mío,

Por los que te persiguen y te injurian

Bienaventurado serás si así lo haces

Pues así es el Corazón mío.

Persuádete de que las obras más grandes de la tierra,

Son las que se hacen en el interior del hombre,

No te aficiones por cosas,

Que pronto te dejarán con hambre.

Así la tierna voz concluyó,

Y el monje con grande alegría exclamó,

¡Gracias Madre mía!

Por Tu enseñanza de amor.

Así, mirando atrás en su vida,

El monje se dio cuenta,

De que muy lejos estaba de haber tenido vivencia.

Sin embargo, con la conciencia resuelta

de seguir a Dios, tomado de la mano de María

decidió seguir adelante y sin vuelta.

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