Es necesario que se levanten pequeñas antorchas que iluminen a cada hombre
La gracia, el amor y la paz del Santo Espíritu de Dios, desciendan a nuestros corazones. La Santísima Virgen nos ama, nos ama muchísimo, con el amor del Padre, nos ama, con el amor del Hijo, nos ama con el amor del Santo Espíritu de Dios, con el amor de Dios. Amemos nosotros con ese mismo amor.
Queridísimos hermanos y hermanas, la Santísima Virgen María es la Reina de todas las naciones y nosotros somos invitados a orar por todas ellas.
Hermanos, Nuestro Señor Jesucristo vertió su preciosísima sangre por cada uno de los habitantes de este mundo. Pero hermanos, no todos se han acogido a su redención y la han despreciado, despreciando así a Jesús, en Él al Padre, y en ambos a su Santo Espíritu.
Es por eso, que el Hijo, envía a su Madre. ¿Para qué? Para que Ella coopere con su obra redentora. Y hermanos hemos sido llamados a poner nuestro granito de arena en la obra de la Redención de los hombres, a completar en cada uno de nosotros, así como María Santísima lo ha hecho, los sufrimientos de la Pasión de su Divino Hijo Jesús.
Hermanos y hermanas, la humanidad más que nunca necesita de nuestra ayuda, puesto que se encuentra inmersa en las tinieblas. Y si nosotros miráramos todo con ojos espirituales, no veríamos nada puesto que la oscuridad impide ver. Por eso hermanos, es necesario que se levanten pequeñas antorchas que iluminen a cada hombre, para que cada hombre vea, se arrepienta y se convierta.
El mundo, aparte de estar en una gran oscuridad, está inmerso en el fango, y hermanos, se ve lodo, suciedad, destrozo y muchísimas otras cosas que ya nos suponemos. Por eso, queridos hermanos, ahora el mundo necesita ser reorganizado. Por eso, queridos hermanos, el mundo necesita claridad; la claridad de
Nuestro Señor Jesucristo que es como el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tiniebla y en sombra de muerte y necesitan de la Aurora que es la que anuncia la venida del Sol (Cf. Lc 1,78).
Por eso, queridos hermanos, he aquí que María Santísima viene en Misión de anunciar y denunciar. De anunciar el Reino de Dios, el Reino de los cielos. De denunciar el Reino de las tinieblas que ha de cesar puesto que la luz de Dios irradiará y el fuego de su amor calcinará lo que no sirve y todo quedará como Dios lo quiso desde el principio. Por eso es que ahora el cielo se ha desplegado hacia la tierra puesto que es misión de todos sus ciudadanos contribuir.
Hermanos y hermanas, miremos la Casita de la Santísima Virgen, es un pálido reflejo del mundo, de la situación en la que se halla. Sin embargo, hermanos, miremos que poniendo nuestro granito de arena la Casita se va mejorando y hasta va adoptando cualidades de la Casita de Nazaret, como por ejemplo la limpieza.
Todo estaba caótico y se necesitó hacer un gran revuelo: sacar todo, hacer una gran organización, hacer una distribución y separación. Eso es lo que la Santísima Virgen necesita hacer con el mundo. Lo que nosotros estamos viviendo en el Ave María , lo está viviendo la humanidad y será Dios quien actúe, organice, y será Dios quien hará que todo regrese a su orden.
Hermanos y hermanas, por eso más que nunca nuestro apoyo se da desde la oración y por eso hemos recibido un llamado muy especial: el mundo necesita de nuestra oración. Pero nuestra oración ha de ser muy fervorosa; sobre todo debemos tener cada uno de nosotros una gran disposición interior y una gran apertura de corazón para que la oración sea eficaz y así, alcance de Dios y Dios realice.
Hermanos, observemos que si no aseamos bien algo, eso no queda bien limpio; miremos que si no oramos bien, la oración no está bien hecha y no alcanza su fin y no produce frutos. Y la oración es como una semillita que se va incrementando a medida que se va regando. La oración se riega con la oración puesto que con la oración alcanzamos la gracia del Santo Espíritu de Dios para seguir orando. Entonces, oremos para orar. Oremos antes de orar. Oremos cuando estemos orando y oremos después de orar. No podemos estar flojos en la oración y esa flojera se da por las malas disposiciones interiores.
Hermanos y hermanas, también debemos tomar conciencia de la presencia de Dios y de la presencia de la Santísima Virgen María en medio de nosotros, comparten con nosotros. Ellos siempre están con nosotros, estemos también nosotros con ellos. Pues aunque siempre están ellos, no siempre estamos nosotros y ahora es cuando Nuestro Señor Jesucristo nos necesita, no porque realmente nos necesite, sino porque nos ama y porque es tan humilde, tan extraordinariamente humilde que se alegra sobre manera cuando nosotros tomamos conciencia de su presencia en medio de nosotros y le correspondemos.
La mirada de Jesús, continuamente está dirigida hacia nosotros y hermanos, no alcanzamos a comprender cuánta alegría le produce a Nuestro Señor Jesucristo el que alguno de nosotros lo mire, tan solo que lo miremos y que con esa mirada se lo digamos todo, pero sobre todo, que le expresemos nuestro amor, porque el Amor, quiere ser correspondido.
Hermanos y hermanas, mirémoslo, hablémosle, escuchémoslo. Para esto necesitamos una gran disposición interior, puesto que nosotros escuchamos muchas voces, por eso debemos cerrar nuestros oídos al mundo, al demonio, a la carne, a las criaturas, a nuestro ego y dejar nuestro oídos bien abiertos para percibir la voz del Amado, la voz del Pastor. También debemos dejar de mirar lo anteriormente mencionado para que nuestros ojos se dirijan únicamente hacia Jesús. No podemos mirarlo todo al mismo tiempo, por eso, mirémoslo a Él.
Y hermanos y hermanas, donde está Jesús está la Santísima Virgen María y como Madre siempre está pendiente y siempre está esperando; como Madre también nos mira y espera que la miremos, también nos habla y espera que le hablemos, también nos escucha y espera que la escuchemos. Ella se acerca a nosotros, acerquémonos a Ella; nos ama, amémosla; nos acaricia, acariciémosla. El cielo necesita una respuesta de nosotros, respondamos a su amor con amor.